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Epoca vili. HABANA 4 DE ABRIL DE 1875. Numero 31. ™°0/Co se publica LOS DOMINGOS PRECIOS DE SU8CRICIOK 12 reales Alertes AL MES EN LA HABANA. papel, trimestre EN EL INTERIOR Franco do porto. vv REDAC% y Administración SOL, NUMERO 58. A DONDE SE DIRIGIRAN TODAS las comunicaciones Y reclamaciones. PERIODICO DE LITERATURA, ARTES Y OTROS INGREDIENTES. AÑO QUINCE. JDlI^IGIDO POI^ jI. JA. yiLLEI\GAS. CARICATURISTA: LANDALUZE. UNA OBRA DE MISERICORDIA. Llámase polémica, en lo que á la publicidad se refiere, á toda controversia científica, literaria &c., y cuando esa polémica se mantiene entre periódicos, la sana razón y hasta el amor propio aconsejan no extraviarla atacando á las personas que en dichos periódicos escriben. Efectivamente, cuando un periódico le hace á otro el cargo de haber incurrido en un error, y el segundo, en lugar de discutir el punto dé que se trata, ó de probar al primero que también él se equivoca, la toma con cualquiera de los redactores de su colega, para decir lo que llama el vulgo sapos y culebras, el que tal hace queda convicto y confeso de impotencia científica é intelectual, razón por la cual, lo repito, si la guerra de las personalidades puede concebirse en ciertas circunstancias, el amor propio rechaza ese triste recurso cuando sobre puntos controvertibles tiene lugar alguna polémica entre dos ó maá publicaciones; y como la polémica es uno de los medios mas civilizadores del periodismo, por* aquello de que del choque de las ideas brota la luz de la /verdad, resulta que los hombres que esplícita ó implícitamente reconocen su incapacidad para la controversia científica, literaria ó artística, no debieran nunca meterse á periodistas, lo que en ellos equivale á meterse en camisa de once varas. Tal es la lección que me propuse dar boy al tomar la péñola para escribir este artículo. ¿Hay álguien que tenga necesidad de recibirla? Pues aprovéchela, si se lo permite la mas preciosa de las potencias del alma, que para el, sea quien fuere, ejerzo yo en este momento aquella obra de misericordia que consiste en enseñar al que no sabe. Claro es, por lo que llevo dicho, que ni yo, ni ninguno de mis compañeros hemos de aceptar, como redactores del Moro, la lucha de las personalidades, en la cual, por otra parte, podríamos tropezar con el inconveniente de no saber quién éra el que nos difamaba, si el difamador se valia de un pseudó- nimo vecino del anónimo para tirar la piedra y esconder la mano, pues en caso semejante, ¿qué habíamos de hacer, aunque quisiéramos practicar lo que reprobamos? La tomaríamos con los editores de la publicación en que se nos injuriase? Esto, mirándolo bien, no dejaría de estar justificado; porque cuando en un periódico aparecen artículos ofensivos para cualquiera persona, quien tiene la valentía de insultar a esa persona, si los tales artículos no llevan al pié la garantía de un nombre propio, ó de un pseudónimo universalmente conocido, son j dichos editores, y contra estos es lícito en-! tonces proceder para aplicarles la pena que merece toda falta. Pero basta ahora, ni aun contra los editores he querido yo esgrimir el arma del ridículo, y eso que no han faltado las provocaciones. Figúrense ustedes que una vez se me ocurrió á mi hacer observar, á un colega que se equivocaba en la fecha en que suponía que empezó á bajar el papel de nuestra deuda consolidada, y además le hice saber lo que en el particular había, porque, exento de toda pasión de partido, no quiero permitir que se falsée la historia en pro ni en contra de nadie. Por de contado, hice yo la observación indicada con toda la urbanidad que la polémica exige, y como el colega era, por lo visto, de los que ni sufren la contradicción, ni saben discutir, se largó inmediatamente al campo de la personalidad, diciendo cuanto se le ocurrió contra el director del Moro Muza. Yo, al ver esto, quise saber quien hacia cosa tan impropia, y en la publicación donde, á falta de ingenio ó de razones, se apelaba á los denuestos, no encontré mas nombre' conocido que el de los editores. «Pasó un dia y otro dia», y el colega de que voy hablando dijo que no podía tragar el número siete, y que, por consecuencia, odiaba todas las palabras que llevaban ese número de letras. No contento con esto, de paso que proclamaba el principio de autoridad sin limitaciones, increpaba á la censura oficial cuando esta reprimía sus furores. ¿Qué debía yo hacer en aquel caso? Lo que hoy hago con la mejor voluntad del mundo, que es ejercer una obra de misericordia enseñando al que no sabe. En efecto, hice ver al cofrade, por un lado, que hay muchas palabras que no pueden mirarse con malos ojos, aunque consten de siete letras, y por otro, que el quejarse públicamente de la censura oficial, cuando se proclama el principio de autoridad sin limitaciones, vale tanto como sancionar el inmoral principio envuelto en el proverbio castellano que dice: «Justicia y no por mi casa.» ¿Y cuál fué la salida de tono del periódico aludido? La que de su acreditada sindéresis debía esperarse. Injuriar personalmente al director del Moro, diciendo, entre otras lindezas, lo que á todo el mundo constaba que era falso, pues le acusaba de haber figurado en todos los partidos, siendo lo cierto que nunca perteneció mas que á un solo partido, del cual han venido á apartarle los desengaños, no para ingresar en otro, sino para tomar' la actitud independiente que cuadra á su carácter, á fin de poder juzgarlos á todos con severa imparcialidad, dando á cada cual, según sus obras buenas ó malas, lo que en justicia le corresponda. Al ver esas personalidades en que, no solo se infringía una excelente costumbre periodística, sino que se pecaba contra ^1 sétimo mandamiento, quise yo averiguar quién era el que se entregaba á tan toscos desmanes, y.....nada, no hallé en toda la publicación agresora mas nombre propio que el de los editores. Siguió el tiempo su curso, continué yo atacando con armas de buena ley los errores de la pasión ó de la ignorancia, y aquí, el varias veces aludido colega, faltó á otro de los usos establecidos por el sentimiento de la justicia en el periodismo, cual es el de no atribuir á persona determinada de una redacción colectiva, lo bueno ó lo malo que se diga en un periódico, cuando no se sabe de fijo quién debe cargar con la gloria ó con la pena de lo bueno ó de lo malo que se diga. Esto está puesto en razón de tal modo, que varias veces en los periódicos mas im-
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Title | Page 1 |
Object ID | chc9998000210 |
Digital ID | chc99980002100001001 |
Full Text | Epoca vili. HABANA 4 DE ABRIL DE 1875. Numero 31. ™°0/Co se publica LOS DOMINGOS PRECIOS DE SU8CRICIOK 12 reales Alertes AL MES EN LA HABANA. papel, trimestre EN EL INTERIOR Franco do porto. vv REDAC% y Administración SOL, NUMERO 58. A DONDE SE DIRIGIRAN TODAS las comunicaciones Y reclamaciones. PERIODICO DE LITERATURA, ARTES Y OTROS INGREDIENTES. AÑO QUINCE. JDlI^IGIDO POI^ jI. JA. yiLLEI\GAS. CARICATURISTA: LANDALUZE. UNA OBRA DE MISERICORDIA. Llámase polémica, en lo que á la publicidad se refiere, á toda controversia científica, literaria &c., y cuando esa polémica se mantiene entre periódicos, la sana razón y hasta el amor propio aconsejan no extraviarla atacando á las personas que en dichos periódicos escriben. Efectivamente, cuando un periódico le hace á otro el cargo de haber incurrido en un error, y el segundo, en lugar de discutir el punto dé que se trata, ó de probar al primero que también él se equivoca, la toma con cualquiera de los redactores de su colega, para decir lo que llama el vulgo sapos y culebras, el que tal hace queda convicto y confeso de impotencia científica é intelectual, razón por la cual, lo repito, si la guerra de las personalidades puede concebirse en ciertas circunstancias, el amor propio rechaza ese triste recurso cuando sobre puntos controvertibles tiene lugar alguna polémica entre dos ó maá publicaciones; y como la polémica es uno de los medios mas civilizadores del periodismo, por* aquello de que del choque de las ideas brota la luz de la /verdad, resulta que los hombres que esplícita ó implícitamente reconocen su incapacidad para la controversia científica, literaria ó artística, no debieran nunca meterse á periodistas, lo que en ellos equivale á meterse en camisa de once varas. Tal es la lección que me propuse dar boy al tomar la péñola para escribir este artículo. ¿Hay álguien que tenga necesidad de recibirla? Pues aprovéchela, si se lo permite la mas preciosa de las potencias del alma, que para el, sea quien fuere, ejerzo yo en este momento aquella obra de misericordia que consiste en enseñar al que no sabe. Claro es, por lo que llevo dicho, que ni yo, ni ninguno de mis compañeros hemos de aceptar, como redactores del Moro, la lucha de las personalidades, en la cual, por otra parte, podríamos tropezar con el inconveniente de no saber quién éra el que nos difamaba, si el difamador se valia de un pseudó- nimo vecino del anónimo para tirar la piedra y esconder la mano, pues en caso semejante, ¿qué habíamos de hacer, aunque quisiéramos practicar lo que reprobamos? La tomaríamos con los editores de la publicación en que se nos injuriase? Esto, mirándolo bien, no dejaría de estar justificado; porque cuando en un periódico aparecen artículos ofensivos para cualquiera persona, quien tiene la valentía de insultar a esa persona, si los tales artículos no llevan al pié la garantía de un nombre propio, ó de un pseudónimo universalmente conocido, son j dichos editores, y contra estos es lícito en-! tonces proceder para aplicarles la pena que merece toda falta. Pero basta ahora, ni aun contra los editores he querido yo esgrimir el arma del ridículo, y eso que no han faltado las provocaciones. Figúrense ustedes que una vez se me ocurrió á mi hacer observar, á un colega que se equivocaba en la fecha en que suponía que empezó á bajar el papel de nuestra deuda consolidada, y además le hice saber lo que en el particular había, porque, exento de toda pasión de partido, no quiero permitir que se falsée la historia en pro ni en contra de nadie. Por de contado, hice yo la observación indicada con toda la urbanidad que la polémica exige, y como el colega era, por lo visto, de los que ni sufren la contradicción, ni saben discutir, se largó inmediatamente al campo de la personalidad, diciendo cuanto se le ocurrió contra el director del Moro Muza. Yo, al ver esto, quise saber quien hacia cosa tan impropia, y en la publicación donde, á falta de ingenio ó de razones, se apelaba á los denuestos, no encontré mas nombre' conocido que el de los editores. «Pasó un dia y otro dia», y el colega de que voy hablando dijo que no podía tragar el número siete, y que, por consecuencia, odiaba todas las palabras que llevaban ese número de letras. No contento con esto, de paso que proclamaba el principio de autoridad sin limitaciones, increpaba á la censura oficial cuando esta reprimía sus furores. ¿Qué debía yo hacer en aquel caso? Lo que hoy hago con la mejor voluntad del mundo, que es ejercer una obra de misericordia enseñando al que no sabe. En efecto, hice ver al cofrade, por un lado, que hay muchas palabras que no pueden mirarse con malos ojos, aunque consten de siete letras, y por otro, que el quejarse públicamente de la censura oficial, cuando se proclama el principio de autoridad sin limitaciones, vale tanto como sancionar el inmoral principio envuelto en el proverbio castellano que dice: «Justicia y no por mi casa.» ¿Y cuál fué la salida de tono del periódico aludido? La que de su acreditada sindéresis debía esperarse. Injuriar personalmente al director del Moro, diciendo, entre otras lindezas, lo que á todo el mundo constaba que era falso, pues le acusaba de haber figurado en todos los partidos, siendo lo cierto que nunca perteneció mas que á un solo partido, del cual han venido á apartarle los desengaños, no para ingresar en otro, sino para tomar' la actitud independiente que cuadra á su carácter, á fin de poder juzgarlos á todos con severa imparcialidad, dando á cada cual, según sus obras buenas ó malas, lo que en justicia le corresponda. Al ver esas personalidades en que, no solo se infringía una excelente costumbre periodística, sino que se pecaba contra ^1 sétimo mandamiento, quise yo averiguar quién era el que se entregaba á tan toscos desmanes, y.....nada, no hallé en toda la publicación agresora mas nombre propio que el de los editores. Siguió el tiempo su curso, continué yo atacando con armas de buena ley los errores de la pasión ó de la ignorancia, y aquí, el varias veces aludido colega, faltó á otro de los usos establecidos por el sentimiento de la justicia en el periodismo, cual es el de no atribuir á persona determinada de una redacción colectiva, lo bueno ó lo malo que se diga en un periódico, cuando no se sabe de fijo quién debe cargar con la gloria ó con la pena de lo bueno ó de lo malo que se diga. Esto está puesto en razón de tal modo, que varias veces en los periódicos mas im- |
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