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Epoca viii. HABANA 7 DE MARZO DE 1875. Numero 27. ^PER Ì00/Co se publiei JiOS DOMINGOS PRECIOS DE SU8CRICI0X 12 reales Alertes AL MES EN LA HABANA. 85-30, papel, trimestre EN EL INTERIOR Franco do porto. WM*/# Í0íiJñ wtmí/.¡§'r%\ ; 11 w M V*- MMC% y Administración SOL, NUMERO 58. A DONDE SE DIRIGIRAN TODAS las comunica clones Y reclamaciones. PERIODICO DE LITERATURA, ARTES Y OTROS INGREDIENTES. AÑO QUINCE. pií\IG IDO POF^ i ay ILLE I\GA S. CARICATURISTA: LANDALUZE. UNA CAMPAÑA POLITICA. XXV. Al terminar la parte primera de la sesión del 2 de Enero, parece que el Sr. Palanca columbró el peligro que corría la paz pública si se llevaba aaelante la idea de las oposiciones, y que el Sr. Salmerón comprendió la enormidad de las faltas que había cometido, ya zahiriendo al Jefe del Poder Ejecutivo desde el sillón de la Presidencia, ya mostrando su parcialidad y su poco respeto al reglamento cuando anuló una votación ordinaria, después de anunciarse su resultado. En consecuencia de estos escrúpulos y remordimientos, el Sr. Palanca se fué á su casa, renunciando generosamente al elevado cargo que se le había ofrecido; el Sr. Salmerón llegó á manifestar su propósito de retirarse á la vida privada, de donde jamás debieran salir los hombres que carecen de sentido práctico para la política, y los veinte diputados que el último de los mencionados señores capitaneaba, quedaron én plena libertad de aprobar la proposición que favore- j cía al gobierno, ó de abstenerse de votar, decidiéndose la mayor parte por lo primero, con lo cual se juzgó asegurada la existencia del Poder Ejecutivo que Castelar presidia. ¿Qué fue lo que sucedió para que, un cuarto de hora después de llegarse á este acuerdo, renaciese con fuerza mayor la disidencia, volviese al Congreso el Sr. Palanca, más decidido que ántes á tomar la Presidencia del Poder Ejecutivo, y desistiese el Sr. Salmerón de la feliz ocurrencia que tuvo cuando creyó que debía abandonar el campo de la política, en que estaba haciendo una tristísima figura? Tranquilamente esperaba yo junto á una chimenea del Salón de Conferencias la señal de la reapertura de la sesión, que, según nQ-ticias, iba á darse de un momento á otro, cuando vi entrar en dicho salón á un joven diputado, diciendo á vários amigos que, si no se tomaba una medida, la Asamblea sería invadida por la demagogia. Quise yo que el mismo que así hablaba me enterase de lo que sucedía; pero él fué llamado á otra parte con urgencia y yo no logré mi objeto, aun que pronto se me dijo que, para el caso en que fuese aprobada la conducta del Gobierno, estaba organizada la insurrección federal, á cuya cabeza iban á ponerse cuatro ciu-I dadanos, tres de ellos generales del ejército, y uno que, sin tener tan elevada graduación, había sido Ministro de la Guerra. Por de contado, no di crédito á los que me decían que los perturbadores contaban con alguna parte de la guarnición de Madrid, pues yo sabia bien, y así lo be expresado ya, ol sentido en que dicha guarnición estaba; pero no dudé que el cantonalismo, apoyado por los cuatro ó cinco mil alborotadores que tantas veces habían impuesto su voluntad desde el once de Febrero, se considerase bastante fuerte para hacer allí atrocidades con los hombres que habían apoyado la política, conservadora, aunque pocos minutos después viniese la reacción que era natural y los anarquistas fuesen duramente castigados. Por eso, quizá, volvió á presentarse en el Congreso el Sr. Palanca; por eso, tal vez, desistió el Sr. Salmerón de la luminosa, patriótica y hasta humanitaria idea de retirarse á la vida privada con que dos horas ántes había dejado el sillón de la Presidencia; por eso, en fin, renacía, sin duda, la desidencia, y presentaba la batalla descomunal en que tenia asegurada la victoria; pero.... ¡qué victoria! Bajo tan lúgubres auspicios para los que sosteníamos las ideas de orden, resono la aturdidora campanilla que llamaba á los diputados al salón de las sesiones, pues ya sabíamos que, si éramos vencedores en el terreno de la ley, nos veríamos abrumados en el de la violencia; pero el deber ordenaba la lucha, y nadie, ni los enfermos siquiera, dejaron de estar en el puesto que el honor y el patriotismo les señalaban. Uno de los más brillantes discursos que se oyeron en la última sesión de las Cortes Constituyentes fué el del Sr. Labra, de quien voy á decir algo con mi acostumbrada imparcialidad. Es el Sr. Labra un Orador po- co sólido, pero muy rico de seductora fraseología. Su argumentación y basta sus citas históricas se resienten, por lo común, de falsas y aun de contraproducentes, de tal modo, que, si hubiera tiempo para hacer, en las mismas sesiones en que él habla, una crítica severa de sus discursos, éstos quedarían pulverizados; pero esa crítica, que demanda un exámen detenido, no puede ser obra de la improvisación; y el resultado es que las conclusiones del Sr. Labra, como las de todos los oradores que saben hacerse admirar por el lujo de la palabrería, dejan siempre una favorable impresión en el ánimo de los que no han podido observar la debilidád de la hazse en que se apoyan. ¡Pobre del Sí. Labra, si en las mismas sesiones en que habla él se le concediese á cualquiera que sepa discurrir el tiempo necesario para contestar por escrito! Pero ¿quién, no siendo taquígrafo, puede tomar nota de todo lo que en un largo discurso es capaz de enjaretar un hombre que, como vulgarmente se dice, habla por los codos? El mismo Castelar, cuya memoria es maravillosa, no pudo recordar el dia 2 de Enero la centésima parte de lo que contra él babia dicho el Sr. Labra, y eso nada tiene de extraño, por que los hombres que sueltan borbotones de voces vacías, tienen el privilegio de embotar la retentiva y aun de. producir una especie de mareo en todo el que pretende seguir el hilo de sus ideas. De lo dicho resulta que el Sr. Labra, que á mi ver sería un flojo adversario en el periodismo, donde tardaría poco en ver cuánto su argumentación y grandilocuencia se prestan al ridículo, será siempre, por su incuestionable verbosidad, un temible contrario en el parlamento. Tal es el orador que se presentó más pujante que nunca en la sesión de que voy hablando, que era aquella en que él pensaba recoger el ansiado fruto de las tareas que por algunos años había consagrado ai único fin que embarga su pensamiento....... las libertades de las Antillas. Con estupefacción, y casi con incredulidad oia yo hablar al Sr. Labra contra Castelar,
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Title | Page 1 |
Object ID | chc9998000209 |
Digital ID | chc99980002090001001 |
Full Text | Epoca viii. HABANA 7 DE MARZO DE 1875. Numero 27. ^PER Ì00/Co se publiei JiOS DOMINGOS PRECIOS DE SU8CRICI0X 12 reales Alertes AL MES EN LA HABANA. 85-30, papel, trimestre EN EL INTERIOR Franco do porto. WM*/# Í0íiJñ wtmí/.¡§'r%\ ; 11 w M V*- MMC% y Administración SOL, NUMERO 58. A DONDE SE DIRIGIRAN TODAS las comunica clones Y reclamaciones. PERIODICO DE LITERATURA, ARTES Y OTROS INGREDIENTES. AÑO QUINCE. pií\IG IDO POF^ i ay ILLE I\GA S. CARICATURISTA: LANDALUZE. UNA CAMPAÑA POLITICA. XXV. Al terminar la parte primera de la sesión del 2 de Enero, parece que el Sr. Palanca columbró el peligro que corría la paz pública si se llevaba aaelante la idea de las oposiciones, y que el Sr. Salmerón comprendió la enormidad de las faltas que había cometido, ya zahiriendo al Jefe del Poder Ejecutivo desde el sillón de la Presidencia, ya mostrando su parcialidad y su poco respeto al reglamento cuando anuló una votación ordinaria, después de anunciarse su resultado. En consecuencia de estos escrúpulos y remordimientos, el Sr. Palanca se fué á su casa, renunciando generosamente al elevado cargo que se le había ofrecido; el Sr. Salmerón llegó á manifestar su propósito de retirarse á la vida privada, de donde jamás debieran salir los hombres que carecen de sentido práctico para la política, y los veinte diputados que el último de los mencionados señores capitaneaba, quedaron én plena libertad de aprobar la proposición que favore- j cía al gobierno, ó de abstenerse de votar, decidiéndose la mayor parte por lo primero, con lo cual se juzgó asegurada la existencia del Poder Ejecutivo que Castelar presidia. ¿Qué fue lo que sucedió para que, un cuarto de hora después de llegarse á este acuerdo, renaciese con fuerza mayor la disidencia, volviese al Congreso el Sr. Palanca, más decidido que ántes á tomar la Presidencia del Poder Ejecutivo, y desistiese el Sr. Salmerón de la feliz ocurrencia que tuvo cuando creyó que debía abandonar el campo de la política, en que estaba haciendo una tristísima figura? Tranquilamente esperaba yo junto á una chimenea del Salón de Conferencias la señal de la reapertura de la sesión, que, según nQ-ticias, iba á darse de un momento á otro, cuando vi entrar en dicho salón á un joven diputado, diciendo á vários amigos que, si no se tomaba una medida, la Asamblea sería invadida por la demagogia. Quise yo que el mismo que así hablaba me enterase de lo que sucedía; pero él fué llamado á otra parte con urgencia y yo no logré mi objeto, aun que pronto se me dijo que, para el caso en que fuese aprobada la conducta del Gobierno, estaba organizada la insurrección federal, á cuya cabeza iban á ponerse cuatro ciu-I dadanos, tres de ellos generales del ejército, y uno que, sin tener tan elevada graduación, había sido Ministro de la Guerra. Por de contado, no di crédito á los que me decían que los perturbadores contaban con alguna parte de la guarnición de Madrid, pues yo sabia bien, y así lo be expresado ya, ol sentido en que dicha guarnición estaba; pero no dudé que el cantonalismo, apoyado por los cuatro ó cinco mil alborotadores que tantas veces habían impuesto su voluntad desde el once de Febrero, se considerase bastante fuerte para hacer allí atrocidades con los hombres que habían apoyado la política, conservadora, aunque pocos minutos después viniese la reacción que era natural y los anarquistas fuesen duramente castigados. Por eso, quizá, volvió á presentarse en el Congreso el Sr. Palanca; por eso, tal vez, desistió el Sr. Salmerón de la luminosa, patriótica y hasta humanitaria idea de retirarse á la vida privada con que dos horas ántes había dejado el sillón de la Presidencia; por eso, en fin, renacía, sin duda, la desidencia, y presentaba la batalla descomunal en que tenia asegurada la victoria; pero.... ¡qué victoria! Bajo tan lúgubres auspicios para los que sosteníamos las ideas de orden, resono la aturdidora campanilla que llamaba á los diputados al salón de las sesiones, pues ya sabíamos que, si éramos vencedores en el terreno de la ley, nos veríamos abrumados en el de la violencia; pero el deber ordenaba la lucha, y nadie, ni los enfermos siquiera, dejaron de estar en el puesto que el honor y el patriotismo les señalaban. Uno de los más brillantes discursos que se oyeron en la última sesión de las Cortes Constituyentes fué el del Sr. Labra, de quien voy á decir algo con mi acostumbrada imparcialidad. Es el Sr. Labra un Orador po- co sólido, pero muy rico de seductora fraseología. Su argumentación y basta sus citas históricas se resienten, por lo común, de falsas y aun de contraproducentes, de tal modo, que, si hubiera tiempo para hacer, en las mismas sesiones en que él habla, una crítica severa de sus discursos, éstos quedarían pulverizados; pero esa crítica, que demanda un exámen detenido, no puede ser obra de la improvisación; y el resultado es que las conclusiones del Sr. Labra, como las de todos los oradores que saben hacerse admirar por el lujo de la palabrería, dejan siempre una favorable impresión en el ánimo de los que no han podido observar la debilidád de la hazse en que se apoyan. ¡Pobre del Sí. Labra, si en las mismas sesiones en que habla él se le concediese á cualquiera que sepa discurrir el tiempo necesario para contestar por escrito! Pero ¿quién, no siendo taquígrafo, puede tomar nota de todo lo que en un largo discurso es capaz de enjaretar un hombre que, como vulgarmente se dice, habla por los codos? El mismo Castelar, cuya memoria es maravillosa, no pudo recordar el dia 2 de Enero la centésima parte de lo que contra él babia dicho el Sr. Labra, y eso nada tiene de extraño, por que los hombres que sueltan borbotones de voces vacías, tienen el privilegio de embotar la retentiva y aun de. producir una especie de mareo en todo el que pretende seguir el hilo de sus ideas. De lo dicho resulta que el Sr. Labra, que á mi ver sería un flojo adversario en el periodismo, donde tardaría poco en ver cuánto su argumentación y grandilocuencia se prestan al ridículo, será siempre, por su incuestionable verbosidad, un temible contrario en el parlamento. Tal es el orador que se presentó más pujante que nunca en la sesión de que voy hablando, que era aquella en que él pensaba recoger el ansiado fruto de las tareas que por algunos años había consagrado ai único fin que embarga su pensamiento....... las libertades de las Antillas. Con estupefacción, y casi con incredulidad oia yo hablar al Sr. Labra contra Castelar, |
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