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Epoca viii. HABANA l.° DE AGOSTO DE 1875. Numero 48. ¿1* *mo»f€b so pnbllea LOS DOMINGOS PRKCIOS DB 8Ü8CRICIOH 12 reales fuertes AL MES EN LA HABANA. 83-30, papel, trimestre EN EL INTERIOR Frasco da porto. S» BEMCC'o* 7 Administración SOL, NUMERO 58. A DONDE SE DIRIGIRAN TODAS las comunicaciones1 T reclamaciones. PERIODICO DE LITERATURA, ARTES Y OTROS INGREDIENTES. AÑO QUINCE. JDlI^IGIDO POf^ jl. JA. yiLLEI\GAS, CARICATURISTA: LANDALUZE. PERO DAREMOS GUERRA. Esta es la cuenta que algunos hombres se hacen, cuando se les demuestra la imposibilidad del triunfo de su causa, que ellos procuran alcanzar por medio de la fuerza; y entre todos los partidos políticos que conocemos, ninguno tiene en su seno tantos individuos que se hagan dicho cálculo como el absolutista. Yo, diré la verdad, he conocido y tratado íntimamente á muchos secuaces del absolutismo, que sinceramente creen contar con suficientes elementos para alcanzar más ó ménos tarde la victoria, en lo cual creo que deliran; pero no he querido disputar con ellos, pareciéndome que el error que alimentaban es de los que no se extirpan á muchos tirones. Miles de años llevan los judíos esperando la llegada del Mesías, y las pruebas por que esos hombres han pasado de muchos siglos á esta parte, nos hacen ver que es inútil cuanto se haga para persuadirles de que están equivocados. Ellos han dejado de tener una pátria común; ellos han merecido el desprecio de moros y cristianos; ellos han perecido á millares en la hoguera ó en otros suplicios; ellos han carecido de derechos políticos y civiles; ellos han perdido sus intereses en forzadas emigraciones: todo, en fin, lo han sufrido ellos en éste mundo, multiplicándose de tal modo los medios que para su exterminio se han empleado en todas las naciones, que parece imposible que hayan podido prolongar su existencia; pero están dichos hombres alentados por el auxiliar poderoso que se llama fé; y así es que, aun en los dias más tristes por que han pasado, jamás dejaron de tener plena confianza en que ha de llegar ese Mesías que estarán esperando hasta el dia del juicio por la tarde. Pues lo mismo sucede en política con los hombres que abrigan la fé de que iin dia ú otro serán vencedores, y por eso pierde lastimosamente su tiempo el que, por medio del raciocinio, intenta desengañarlos. A hombres semejantes, se les domina y aun se les. anonada; pero no se les convence. Son co- mo aquella mujer que llamaba piojoso á su marido, y cuando éste se asomó al pozo, donde en un acceso de desesperación la había él arrojado, vio que ella, cada vez que podía sacar las manos del agua donde se estaba ahogando, juntaba las uñas de los dedos pulgares, para seguir diciéndole con una significativa seña lo que ya no le podía decir de distinto modo. Pero hay otros hombres cuya tenacidad tiene una explicación más difícil que la de los que dejo mencionados, y son aquellos que, aun habiendo llegado á estar en la persuasión de que nunca han de conseguir lo que apetecen, gozan con la prolongación de la lucha provocada por sus correligionarios, diciendo, cada vez que se les demuestra la inutilidad de sus esfuerzos: «Es verdad, nosotros no triunfaremos nunca...... pero dare- mos guerra.» Mentira parece que la razón humana llegue á extraviarse hasta el extremo de inspirar constestaciones como ésta; pero es una verdad irrefragable lo que parece mentira, y apuesto á que pocos de mis lectores habrá que no la hayan experimentado. En cuanto á mí, más de cuatro y más de ocho veces he podido dar testimonio de lo que voy diciendo; pero me limitaré á citar un caso que vale por muchos. Tenia yo iiltimamente en Madrid un vecino con quien trabé estrecha amistad, á pesar de la diametral oposición de nuestras opiniones. El era carlista furibundo, y con eso está dicho todo; pero también él era honrado, afable, laborioso, caritativo, lo que se llama un hombre de bien á carta cabal, y hay que querer á esos hombres, sea cualquiera la divergencia de principios que exista entre ellos y nosotros. ¿Por qué no? Yo tengo á mucha honra el decir que en 1873 usé cuantas veces fué necesario de la influencia que tuve con los hombres que á la sazón mandaban, para sacar de las cárceles á los contrarios mios que sin justa causa estaban en ellas, y todavía me está doliendo la mano derecha de resultas del apretón que me dio un robusto y agradecido padre de familia, cuando yo le anuncié su libertad; tanto que tuve que decirle: «Ciudadano, suélteme Y., si quiere que yo quede en disposición de prestarle otro servicio.» Mi vecino era carlista, según decía él, hasta la médula de los huesos; pero creía firmemente que ni D. Cárlos, ni sus descendientes, ni ninguno de los representantes del absolutismo llegaría á sentarse en el trono de San Fernando, á pesar de lo cual, me aseguraba todos los dias que, á no tener esposa e hijos, que de su trabajo necesitaban para vivir, ha-bríase ido mil veces á morir peleando por lo que denominaba con mucha naturalidad «la buena causa.» ¿Cómo llegó aquel hombre á perder la esperanza de ver á su ídolo sentado en el trono? Voy á decirlo. Antes del 11 de Febrero de 1873, no había un carlista que no esperase el ensayo de la República, y la consiguiente reacción que, según ellos, liabia de llegar hasta el absolutismo. Por eso se vió en muchas localidades á los más fogosos carlistas ir á dar su voto á los más intransigentes republicanos. Su-pérfluo era hacerles comprender que habia pasado su tiempo; que la civilización estaba en pugna con su sistema de gobierno; que el ejemplo dado por las demás naciones cultas tenia que seguirse en la nuestra; que si la mayoría del país era contraria á la demagogia, ésta caería sin que la sustituyese el ideal ae lo que vulgarmente se llama el palo, ideal que, por cierto, tiene tres pares de bemoles; en fin, que las conquistas del derecho estaban apoyadas ya por la mayoría numérica y por los intereses creados, &, &. Nada de esto tenia valor á los ojos de los alópatas de la política que, por medio del contraria contrariis, pretendían curar al enfermo, conforme al modo que ellos, tenían de entender la salud, y que, por lo tanto, querían suministrarle fuertes dosis de anarquía, para devolverle la virilidad del despotismo. Pero se estableció la República, y, lo que es más, fué dicha República cien veces más desordenada de lo que podían apetecer los más decididos adversarios de esa forma de
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Title | Page 1 |
Object ID | chc9998000214 |
Digital ID | chc99980002140001001 |
Full Text | Epoca viii. HABANA l.° DE AGOSTO DE 1875. Numero 48. ¿1* *mo»f€b so pnbllea LOS DOMINGOS PRKCIOS DB 8Ü8CRICIOH 12 reales fuertes AL MES EN LA HABANA. 83-30, papel, trimestre EN EL INTERIOR Frasco da porto. S» BEMCC'o* 7 Administración SOL, NUMERO 58. A DONDE SE DIRIGIRAN TODAS las comunicaciones1 T reclamaciones. PERIODICO DE LITERATURA, ARTES Y OTROS INGREDIENTES. AÑO QUINCE. JDlI^IGIDO POf^ jl. JA. yiLLEI\GAS, CARICATURISTA: LANDALUZE. PERO DAREMOS GUERRA. Esta es la cuenta que algunos hombres se hacen, cuando se les demuestra la imposibilidad del triunfo de su causa, que ellos procuran alcanzar por medio de la fuerza; y entre todos los partidos políticos que conocemos, ninguno tiene en su seno tantos individuos que se hagan dicho cálculo como el absolutista. Yo, diré la verdad, he conocido y tratado íntimamente á muchos secuaces del absolutismo, que sinceramente creen contar con suficientes elementos para alcanzar más ó ménos tarde la victoria, en lo cual creo que deliran; pero no he querido disputar con ellos, pareciéndome que el error que alimentaban es de los que no se extirpan á muchos tirones. Miles de años llevan los judíos esperando la llegada del Mesías, y las pruebas por que esos hombres han pasado de muchos siglos á esta parte, nos hacen ver que es inútil cuanto se haga para persuadirles de que están equivocados. Ellos han dejado de tener una pátria común; ellos han merecido el desprecio de moros y cristianos; ellos han perecido á millares en la hoguera ó en otros suplicios; ellos han carecido de derechos políticos y civiles; ellos han perdido sus intereses en forzadas emigraciones: todo, en fin, lo han sufrido ellos en éste mundo, multiplicándose de tal modo los medios que para su exterminio se han empleado en todas las naciones, que parece imposible que hayan podido prolongar su existencia; pero están dichos hombres alentados por el auxiliar poderoso que se llama fé; y así es que, aun en los dias más tristes por que han pasado, jamás dejaron de tener plena confianza en que ha de llegar ese Mesías que estarán esperando hasta el dia del juicio por la tarde. Pues lo mismo sucede en política con los hombres que abrigan la fé de que iin dia ú otro serán vencedores, y por eso pierde lastimosamente su tiempo el que, por medio del raciocinio, intenta desengañarlos. A hombres semejantes, se les domina y aun se les. anonada; pero no se les convence. Son co- mo aquella mujer que llamaba piojoso á su marido, y cuando éste se asomó al pozo, donde en un acceso de desesperación la había él arrojado, vio que ella, cada vez que podía sacar las manos del agua donde se estaba ahogando, juntaba las uñas de los dedos pulgares, para seguir diciéndole con una significativa seña lo que ya no le podía decir de distinto modo. Pero hay otros hombres cuya tenacidad tiene una explicación más difícil que la de los que dejo mencionados, y son aquellos que, aun habiendo llegado á estar en la persuasión de que nunca han de conseguir lo que apetecen, gozan con la prolongación de la lucha provocada por sus correligionarios, diciendo, cada vez que se les demuestra la inutilidad de sus esfuerzos: «Es verdad, nosotros no triunfaremos nunca...... pero dare- mos guerra.» Mentira parece que la razón humana llegue á extraviarse hasta el extremo de inspirar constestaciones como ésta; pero es una verdad irrefragable lo que parece mentira, y apuesto á que pocos de mis lectores habrá que no la hayan experimentado. En cuanto á mí, más de cuatro y más de ocho veces he podido dar testimonio de lo que voy diciendo; pero me limitaré á citar un caso que vale por muchos. Tenia yo iiltimamente en Madrid un vecino con quien trabé estrecha amistad, á pesar de la diametral oposición de nuestras opiniones. El era carlista furibundo, y con eso está dicho todo; pero también él era honrado, afable, laborioso, caritativo, lo que se llama un hombre de bien á carta cabal, y hay que querer á esos hombres, sea cualquiera la divergencia de principios que exista entre ellos y nosotros. ¿Por qué no? Yo tengo á mucha honra el decir que en 1873 usé cuantas veces fué necesario de la influencia que tuve con los hombres que á la sazón mandaban, para sacar de las cárceles á los contrarios mios que sin justa causa estaban en ellas, y todavía me está doliendo la mano derecha de resultas del apretón que me dio un robusto y agradecido padre de familia, cuando yo le anuncié su libertad; tanto que tuve que decirle: «Ciudadano, suélteme Y., si quiere que yo quede en disposición de prestarle otro servicio.» Mi vecino era carlista, según decía él, hasta la médula de los huesos; pero creía firmemente que ni D. Cárlos, ni sus descendientes, ni ninguno de los representantes del absolutismo llegaría á sentarse en el trono de San Fernando, á pesar de lo cual, me aseguraba todos los dias que, á no tener esposa e hijos, que de su trabajo necesitaban para vivir, ha-bríase ido mil veces á morir peleando por lo que denominaba con mucha naturalidad «la buena causa.» ¿Cómo llegó aquel hombre á perder la esperanza de ver á su ídolo sentado en el trono? Voy á decirlo. Antes del 11 de Febrero de 1873, no había un carlista que no esperase el ensayo de la República, y la consiguiente reacción que, según ellos, liabia de llegar hasta el absolutismo. Por eso se vió en muchas localidades á los más fogosos carlistas ir á dar su voto á los más intransigentes republicanos. Su-pérfluo era hacerles comprender que habia pasado su tiempo; que la civilización estaba en pugna con su sistema de gobierno; que el ejemplo dado por las demás naciones cultas tenia que seguirse en la nuestra; que si la mayoría del país era contraria á la demagogia, ésta caería sin que la sustituyese el ideal ae lo que vulgarmente se llama el palo, ideal que, por cierto, tiene tres pares de bemoles; en fin, que las conquistas del derecho estaban apoyadas ya por la mayoría numérica y por los intereses creados, &, &. Nada de esto tenia valor á los ojos de los alópatas de la política que, por medio del contraria contrariis, pretendían curar al enfermo, conforme al modo que ellos, tenían de entender la salud, y que, por lo tanto, querían suministrarle fuertes dosis de anarquía, para devolverle la virilidad del despotismo. Pero se estableció la República, y, lo que es más, fué dicha República cien veces más desordenada de lo que podían apetecer los más decididos adversarios de esa forma de |
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