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Epoca yin HABANA 19 DE NOVIEMBRE DE 1874. Numero 9. PERIODICO DE LITERATURA, ARTES Y OTROS INGREDIENTES AÑO QUINCE. DIRIGIDO POR J. M. VILLERGAS. caricaturista: unun» Una campana política. VII. En la mañana del 10 de Febrero de 1873, La Correspondenciaf por medio de un suplemento extraordinario, Rizo saber al pueblo de Madrid la renuncia de D. Amadeo, suceso tan previsto, que no produjo mas que muy mediana sorpresa, y que sin duda fue solo lamentado por aquellas personas á quienes dobia ser poco agradable el perder las mas ó menos importantes posiciones que en la situación radical liabian conseguido. Yo salí de casa á las diez do la mañana, con el fin de ver cómo habia sido recibida la gran noticia por la población, y ni en la Puerta del Sol vi mas gente que laque alli generalmente se reúne, ni en el Congreso, ni en sus alrededores, hallé con quién hablar de un acontecimiento que, por previsto que fuese, parecíame quo.no debía mirarse con tan glacial indiferencia. La calma, sin embargo, ora engañosa. Las personas que no tienen la costumbre do mezclarse en los asuntos políticos, si, veian con estoica tranquilidad lo que consideraban simplemente como una fase mas de las muchas que en el período do cuatro años y medio habia presentado la revolución; pero los agitadores de las masas andaban ya por ciertos barrios reclutando . aquellas turbas que pocas horas después habían de empezar á ejercer una repugnante presión en las deliberaciones del poder legislativo, y á des-. truir, ipso fado, en su origen, una república que tenia, al lado de grandes inconvenientes, la ventaja indisputable do ser una imposición délas circunstancias, y do nacer por lo tanto, sin esas violentas sacudidas que suelen acompañar á los siempre trascendentales cambios do forma de gobierno. He dicho que la república era una imposición de las circunstancias, y en efecto,' so pona de caer nuevamente en el abismo de la interinidad, abierto por los imprevisores revolucionarios de 1868, ¿qué solución era posible en aquel tiempo? Si yo hiciera política de sinsonte, y espero que me permitan el uso de esta expresión los que saben que también hay Enramada política, diría con la mayor impavidez que, al marcharse D. Amadeo, ora cosa fácil proclamar á D. Carlos. á D. Alfonso, á Montpensier ó á otro cualquiera de los aspirantes al cetro de San Fernando, y estoy cierto de que no faltaría quien, al ver halagada su pasión de partido, creyera descubrir en mis despropósitos, inocentes ó calculados, la mas completa demostración de la solidez de mi criterio. Pero ni puedo pecar de ignorante en un asunto en que algo vale la experiencia, ni quiero hacer comulgar á nadie con ruedas de molino, razones por las cuales voy á decir el estado en que so hallaban en 1873 y se hallan hoy los políticos bandos de la madre patria. Desde luego afirmo, y nadie me tachará en esto de parcial, que el partido, no diré mas potente, pero si mas numeroso en España, es el carlista. Carece ese partido de fuerza en las grandes poblaciones, y asi, cuando pretende hacer prevalecer por medio do las armas lo que él llama su derecho, tiene que apelar á la guerra civil, y no al pronunciamenta, con lo cual, por un lado hace imposible su triunfo y por otro logra devastar y empobrecerá la nación. Mejor fruto hubiera sacado ese partido rural por lavia pacífica, si el valor que ha'manifestado en los campos de batalla lo hubiese empleado en disputar la victoria en la arena legal do los comicios; y digo mas, creo que hasta por el funesto camino de la fuerza hubiera D. Carlos conseguido su objeto, y estaría hoy descansando muy tran-! quitamente en el Palacio Real de Madrid, si en la época de los cantonales hubiera hecho alguna concesión á su siglo. Pero con razón se ha dicho siempre: <2uos Leus vult perdere prius dementat. Por echarse D. Carlos en los brazos do los mas intransigentes de sus parciales, desperdició la ocasión que difícilmente volverá á brindarle la fortuna, y ahi lo tenemos, luchando sin esperan- za, para ver cómo sus defensores, entre los cuales hay muchos extranjeros y no pocos de los antiguos federales, inmolan á los infelices prisioneros, y aun á los pobres emploados de correos y de ferro-carriles; saquean las poblaciones, devastan los campos, queman los archivos y bibliotecas, destruyen puentes y caminos, causan, por último, un derramamiento de sangre que no podrá repararse nunca y un detrimento de riqueza de que el país no se repondrá en cincuenta años. • Tenemos por otro lado el alfonsismo, que ha obrado con asombrosa cordura durante el curso de las situaciones revolucionarias porque hemos atravesado desde 1868, y que es hoy el único de los partidos monárquicos que pueden abrigar experanzas do triunfo; aunque desprovisto como lo está de masas populares, que siempre militan en los bandos extremos, muchos y muy grandes esfuerzos de habilidad han de hacer los prohombres de ese partido, no tanto para alcanzar la victoria como para consolidarla. Pero si ese partido cuenta hoy con grandes elementos para aspirar al mando, no tenia en los primeros meses de 1873, ni la fuerza material que por entonces habia de ser la única base de la restauración, ni la fuerza moral que le han dado las locuras do los republicanos federales. En cuanto á los monárquicos de la revolución, entiendo que, si después do abandonarlos el rey por ellos elegido, hubieran insistido ó insistiesen aun en traer otra dinastía extranjera, no podrían contar en todo el país con los votos de de cien electores desinteresados, y por consiguiente, al hacer el ensayo de un nuevo Don Amadeo .de Saboya, es lo mas probable que sacasen de la prueba un Maximiliano de Habs-burgo, y no hablo de lo que sucedería con la creación do un imperio, porque no quiero ocuparme de tamañas ridiculeces. Esto hará comprender á mis lectores cómo, á principios do 1873, era la república una exigencia de las circunstancias.
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Full Text | Epoca yin HABANA 19 DE NOVIEMBRE DE 1874. Numero 9. PERIODICO DE LITERATURA, ARTES Y OTROS INGREDIENTES AÑO QUINCE. DIRIGIDO POR J. M. VILLERGAS. caricaturista: unun» Una campana política. VII. En la mañana del 10 de Febrero de 1873, La Correspondenciaf por medio de un suplemento extraordinario, Rizo saber al pueblo de Madrid la renuncia de D. Amadeo, suceso tan previsto, que no produjo mas que muy mediana sorpresa, y que sin duda fue solo lamentado por aquellas personas á quienes dobia ser poco agradable el perder las mas ó menos importantes posiciones que en la situación radical liabian conseguido. Yo salí de casa á las diez do la mañana, con el fin de ver cómo habia sido recibida la gran noticia por la población, y ni en la Puerta del Sol vi mas gente que laque alli generalmente se reúne, ni en el Congreso, ni en sus alrededores, hallé con quién hablar de un acontecimiento que, por previsto que fuese, parecíame quo.no debía mirarse con tan glacial indiferencia. La calma, sin embargo, ora engañosa. Las personas que no tienen la costumbre do mezclarse en los asuntos políticos, si, veian con estoica tranquilidad lo que consideraban simplemente como una fase mas de las muchas que en el período do cuatro años y medio habia presentado la revolución; pero los agitadores de las masas andaban ya por ciertos barrios reclutando . aquellas turbas que pocas horas después habían de empezar á ejercer una repugnante presión en las deliberaciones del poder legislativo, y á des-. truir, ipso fado, en su origen, una república que tenia, al lado de grandes inconvenientes, la ventaja indisputable do ser una imposición délas circunstancias, y do nacer por lo tanto, sin esas violentas sacudidas que suelen acompañar á los siempre trascendentales cambios do forma de gobierno. He dicho que la república era una imposición de las circunstancias, y en efecto,' so pona de caer nuevamente en el abismo de la interinidad, abierto por los imprevisores revolucionarios de 1868, ¿qué solución era posible en aquel tiempo? Si yo hiciera política de sinsonte, y espero que me permitan el uso de esta expresión los que saben que también hay Enramada política, diría con la mayor impavidez que, al marcharse D. Amadeo, ora cosa fácil proclamar á D. Carlos. á D. Alfonso, á Montpensier ó á otro cualquiera de los aspirantes al cetro de San Fernando, y estoy cierto de que no faltaría quien, al ver halagada su pasión de partido, creyera descubrir en mis despropósitos, inocentes ó calculados, la mas completa demostración de la solidez de mi criterio. Pero ni puedo pecar de ignorante en un asunto en que algo vale la experiencia, ni quiero hacer comulgar á nadie con ruedas de molino, razones por las cuales voy á decir el estado en que so hallaban en 1873 y se hallan hoy los políticos bandos de la madre patria. Desde luego afirmo, y nadie me tachará en esto de parcial, que el partido, no diré mas potente, pero si mas numeroso en España, es el carlista. Carece ese partido de fuerza en las grandes poblaciones, y asi, cuando pretende hacer prevalecer por medio do las armas lo que él llama su derecho, tiene que apelar á la guerra civil, y no al pronunciamenta, con lo cual, por un lado hace imposible su triunfo y por otro logra devastar y empobrecerá la nación. Mejor fruto hubiera sacado ese partido rural por lavia pacífica, si el valor que ha'manifestado en los campos de batalla lo hubiese empleado en disputar la victoria en la arena legal do los comicios; y digo mas, creo que hasta por el funesto camino de la fuerza hubiera D. Carlos conseguido su objeto, y estaría hoy descansando muy tran-! quitamente en el Palacio Real de Madrid, si en la época de los cantonales hubiera hecho alguna concesión á su siglo. Pero con razón se ha dicho siempre: <2uos Leus vult perdere prius dementat. Por echarse D. Carlos en los brazos do los mas intransigentes de sus parciales, desperdició la ocasión que difícilmente volverá á brindarle la fortuna, y ahi lo tenemos, luchando sin esperan- za, para ver cómo sus defensores, entre los cuales hay muchos extranjeros y no pocos de los antiguos federales, inmolan á los infelices prisioneros, y aun á los pobres emploados de correos y de ferro-carriles; saquean las poblaciones, devastan los campos, queman los archivos y bibliotecas, destruyen puentes y caminos, causan, por último, un derramamiento de sangre que no podrá repararse nunca y un detrimento de riqueza de que el país no se repondrá en cincuenta años. • Tenemos por otro lado el alfonsismo, que ha obrado con asombrosa cordura durante el curso de las situaciones revolucionarias porque hemos atravesado desde 1868, y que es hoy el único de los partidos monárquicos que pueden abrigar experanzas do triunfo; aunque desprovisto como lo está de masas populares, que siempre militan en los bandos extremos, muchos y muy grandes esfuerzos de habilidad han de hacer los prohombres de ese partido, no tanto para alcanzar la victoria como para consolidarla. Pero si ese partido cuenta hoy con grandes elementos para aspirar al mando, no tenia en los primeros meses de 1873, ni la fuerza material que por entonces habia de ser la única base de la restauración, ni la fuerza moral que le han dado las locuras do los republicanos federales. En cuanto á los monárquicos de la revolución, entiendo que, si después do abandonarlos el rey por ellos elegido, hubieran insistido ó insistiesen aun en traer otra dinastía extranjera, no podrían contar en todo el país con los votos de de cien electores desinteresados, y por consiguiente, al hacer el ensayo de un nuevo Don Amadeo .de Saboya, es lo mas probable que sacasen de la prueba un Maximiliano de Habs-burgo, y no hablo de lo que sucedería con la creación do un imperio, porque no quiero ocuparme de tamañas ridiculeces. Esto hará comprender á mis lectores cómo, á principios do 1873, era la república una exigencia de las circunstancias. |
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